jueves, 16 de mayo de 2013


Las puertas del ascensor se abrieron al llegar a la cuarta planta.

Salí del interior mucho más calmada, pues había aprovechado los segundos que me brindó el breve ascenso, para respirar hondo y disfrutar de lo que estaba haciendo.

Miré a mí alrededor, mientras escuchaba las puertas cerrarse a mi espalda.

Me encontraba en un pequeño distribuidor con paredes de cristal que enseguida me dejaron entrever donde tenía que dirigirme.

―Hola, venía registrar mi novela ―le dije a una de las dos chicas de la sala. 

―Vale. Siéntate aquí y ves sacándolo todo ―me contestó ella mirando mi bolsa, en vez de a mí―. Termino con éste chico y voy contigo.

Me senté frente a la mesa alargada, justo al lado del joven al que la chica estaba ayudando cuando yo entré, y de reojo pude ver que él estaba allí para registrar su tesis doctoral. El brillo de sus ojos desprendía la misma ilusión y el mismo orgullo que seguramente desprendían los míos, aunque con una diferencia: el no parecía haberse fijado en que allí había alguien más que él, su tesis y su novia.

Saqué con cuidado a Puzzle de la bolsa de colores junto a la documentación que por internet había leído que me iban a pedir.

―¿Lo has traído todo? ―me preguntó la empleada del registro, antes de lo que yo esperaba.

―Sí, claro ―dije, demostrando que había hecho los deberes.

―Veámoslo. ¿Has rellenado los formularios?

―Sí.

Se los di.

―Veo que tú novela está encuadernada pero, ¿está también numerada e incluye tus datos personales con nombre y apellido completo en la primera página?

―Sí.

Se lo mostré.

―¿Has traído la fotocopia del DNI?

―Sí.

La chica alzó los ojos por primera vez de la documentación y me sonrió, satisfecha con el resultado.

―¿Has firmado la primera página, la última y un par más en el medio?

―¡No! ―le dije intentando recordar si había leído o no que eso fuera necesario.

―Pues te recomiendo que lo hagas. Mientras, miraré que todo esté bien y se lo pasaré a mi compañero.

Miré en dirección a donde señalaba su dedo y vi que detrás de un pequeño mostrador se escondía un chico de unos treinta años, al que no había visto al entrar.

―De acuerdo.

―Por cierto ―continuó la chica―aquí pone que eres la única autora de la novela, ¿es así?

―Sí, así es.

―Vale.

La chica siguió mirando que los documentos estaban correctos mientras yo firmaba las hojas de la novela.

―Susana, cuando pones que quieres registrar imágenes, ¿te refieres a éste corazón de la portada o hay alguna más en el interior?

―Al corazón de la portada. Lo ha dibujado mi padre ―añadí orgullosa.

―¿Tu padre? Pues es realmente precioso, pero… entonces me has engañado al decirme que la obra era toda tuya ―bromeó, rompiendo por primera vez su estereotipada conversación.

―¡Pero es mi padre! ―le seguí la broma.

―Claro que sí, mujer. Igualmente hay un problema. Los corazones no se pueden registrar porque entonces tu padre, o tú, seríais los propietarios de todas las imágenes de los libros con corazones, e incluso de los que hay en internet.

Le miré sorprendida conmigo misma, pues no había caído en pensar algo que parecía tan lógico al escucharlo de su boca.

―Claro, lo comprendo, sería un acto demasiado egoísta por nuestra aparte.

―¡Exacto! Veo que lo has comprendido.

Intercambiamos unas miradas de complicidad en la que dejaba entrever que no siempre era tan sencilla la comprensión con la gente. Pasé luego a donde estaba el único hombre (trabajador), de la sala y le aboné la factura.

Me despedí de ellos con una gran sonrisa, una cabeza llena de grandes pensamientos y una gran bolsa vacía.

Puzzle ya estaba registrada. Ahora faltaba darla a conocer.

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